Por Santiago Peluffo Soneyra
Equipo Selva Adentro
Entre el bochorno y las emociones, las gotas de sudor se confunden con lágrimas. Hace calor, sí, pero más caliente es el hormigueo en el cuerpo cuando se escucha ese coro universal de las cientos de personas frente al escenario: “Por la paz”, decimos al unísono en un grito necesario con el río Curvaradó de testigo y bajo una estructura de guaduas mágica que lleva el nombre del Teatro Selva Adentro.
Con la fuerza de una corriente imparable llega ese pedido urgente de paz, y todos y todas alzamos las velitas y nos miramos a los ojos, nos reconocemos en ese otro con quien se van dejando atrás las diferencias y las heridas de la guerra. Selva Adentro, esta experiencia de reconciliación que es mucho más que un Festival de Artes escénicas, consigue lo que ni los gobiernos ni los Acuerdos pueden: subir al escenario del ETRC Silver Vidal Mora a víctimas y victimarios para que mutuamente se ofrezcan y se acepten el perdón por las barbaridades que se cometieron en nombre de la guerra.
“Ay, ombe… aquí en Selva Adentro nos vinimos a saludar y a darles las miles gracias de que nos trajeron acá… Nosotras somos un grupo, ay ombe, que cantamos en Bojayá… A ver si con estos cantos, podemos lograr la paz”, nos cantan las inspiradoras ‘Musas de Pogue’, quienes conocen como nadie los efectos devastadores de la guerra, a partir de la tragedia ocurrida en su territorio en mayo de 2002.
A su lado, escuchan y reflexionan ex combatientes y firmantes de paz; entre ellos ‘el Pana’, quien toma el micrófono y dice, con su velita en la mano: “Este acto es de mucha importancia porque es el primer encuentro entre personas en reincorporación y firmantes que asumimos la responsabilidad, la verdad y compromiso de no repetición por hechos que expresan estas mujeres con sus alabaos. Aquí hoy, en el Teatro Selva Adentro, a estas mujeres les decimos gracias por ese perdón simbólico y de corazón que hicieron al Bloque causante de tan grande dolor que han sufrido. Nosotros también queremos aportar a la paz total que se está proyectando a nivel nacional.”
Con esta imagen potente se cierra el séptimo Festival Selva Adentro, luego de una semana intensa con la participación de 645 personas en los 20 talleres de las Escuelas de Arte y Paz y con más de 150 artistas que viajaron hasta 30 horas desde diez regiones de toda Colombia, además de dos grupos internacionales (Cuba y España) para hacer parte de este encuentro anual que apuesta por la reconstrucción del tejido social y la sanación de heridas de la guerra a través de las artes. La edición 2023 fue la más grande, pues también contó con una oferta artística y formativa más amplia al expandirse con el ‘Circuito Cultural del Darién’, con oferta de talleres y presentaciones en Santa María la Antigua del Darién (Unguía, Chocó), Santa Elena, Sonsón y el Carmen de Viboral.
El teatro, desde el monte
Son las 11 de la mañana del jueves y la lona verde apenas alcanza para cubrirnos del impiadoso sol chocoano. Wilmer Antonio, más conocido como ‘El Burro’, firmante de paz y ex miembro del Frente 57 de las FARC, no habla de armas ni enfrentamientos sino que habla de teatro. Cuenta que en los campamentos en el monte, en los ratos libres, hacían obras de teatro. “La cultura la hemos llevado en la sangre; desde el momento en que yo ingreso a las FARC, allá por el 2001, empezamos a hacer teatro en el monte con presentaciones cortas”, dice, con una sonrisa ensanchando su blanca dentadura.
“Entendimos que por medio del arte y el deporte podíamos llegar a las comunidades, que no todo era formación militar para nosotros. Entonces pedíamos permiso a los líderes de las comunidades y nos íbamos a realizar presentaciones artísticas y culturales, todos vestidos de civil”, cuenta.
Pasaron los años, el conflicto se aplacó levemente y, con los Acuerdos de Paz de La Habana, luego vinieron el desarme y el pre-agrupamiento, y el teatro resultó clave para esa transición. En 2016 se coloca una piedra basal, en Pogue, con la creación de un evento artístico que llamaron ‘Vigilia cultural por la paz’, nacida desde el seno de la comunidad y apoyada por la Red de Colectivos de Estudio en Pensamiento Latinoamericano (Red Cepela) desde Medellín, en alianza con otras entidades artísticas como el Teatro Matacandelas y la Escuela de Danza Bailes Afroantillanos.
“En esa vigilia, junto con Cristobal [Pelaez, director del Matacandelas] llevamos la propuesta a 200 firmantes de paz para concientizar sobre las visiones del conflicto desde las artes, o cómo podíamos pensar el país desde las artes… Ahí mismo nace la idea de Selva Adentro”, cuenta Camilo Durango, director del festival y co-fundador de la Red Cepela.
Apenas llegados como reincorporados al ETCR, en febrero del 2017, los firmantes de paz manifestaron inquietud de poder contar con un espacio para actividades lúdicas, sociales y culturales. Luego de años de camellarle al tejido social, gracias a una suma de utopías y voluntades que apostaron por la reconciliación a través de las artes, en septiembre se convirtió en realidad lo que parecía un sueño impensado: una gran estructura de guaduas a orillas del río Curvaradó, en el ETCR Silver Vidal Mora bautizado como Teatro Selva Adentro.
Selva Adentro: un teatro y mucho más
Pero, ¿qué es Selva Adentro?…
¿Es un Festival de Artes Escénicas? Sí.
¿Es una apuesta por la reconciliación y la paz desde las Artes? Sí.
¿Es un escenario que reúne a víctimas y responsables del conflicto armado? Sí.
¿Es la reconstrucción de un país? También.
“El Teatro Selva Adentro es mucho más que una estructura de guaduas… Es un acto de resistencia. Y un hito fundacional de un proceso de reconciliación, que no es poco en una sociedad tan herida como la nuestra..”, dice Carolina Saldarriaga (arquitecta, miembro de la Red Cepela), sentada en una silla mirando al teatro, su teatro, el que pensó y diseñó hace siete años y que, junto con sus colegas de la Red Cepela y la comunidad del ETCR, volvieron realidad.
“Teníamos poco tiempo y poca plata, no teníamos mano de obra especializada. Pero con unos maestros guadueros fuimos aprendiendo, a prueba y error. Lo pensamos aquí en este lugar porque el teatro no puede ser sin el río, hay una relación fundante… Son uno solo: la brisa, los atardeceres, todo hace parte del teatro.”
Camilo Durango humedece el mambe en su boca y añade: “Selva Adentro se ha hecho a partir de una fina filigrana de amigos, parceros cómplices que le apostaron a este proceso de paz”.
Para la comunidad del ETCR, la idea fue recibida fue inmediato y con gran impacto. “¿Un teatro? Eso sonó tan grande que nos sorprendimos. Pero enseguida comenzamos a trabajar para montar la estructura, nos tocaba traer todos los materiales al hombro porque los carros no entraban. Entre todos colaboramos y en treinta días teníamos un teatro”, nos explica el ‘Burro’.
“Para mí fue una alegría. Al menos los firmantes lo ven así porque tienen una felicidad que nunca tuvieron en el monte, ahora la tienen aquí en Selva Adentro”, dice Josefa María Bertel, lideresa del Comité de Mujeres del ETCR, bajo un enorme plátano que nos hace de sombra. “Ojalá nunca olvidemos este espacio, este teatro. La semilla está regada porque ya hace rato que (los ex combatientes) no cargan fusil, todos tienen hijos que se criaron acá y nos ha hecho muy feliz este espacio.”
Tejiendo comunidad
Al comienzo, el teatro y el festival eran una mera utopía. Y, como toda utopía, había que caminar hacia ella. Y vaya si lo hicieron en el ETRC Silver Vidal, venciendo los prejuicios, acercándose a las comunidades vecinas y tendiendo las manos, ya libres de armas.
“Antes había gente con desconfianza que porque nos decían guerrilleros, ‘que por allá no voy’; ‘que era el teatro de las FARC’ y eso… pero después de vivir la experiencia, veían que éramos gente igual que todos, sencilla humilde, recocheros… Pero este es un trabajo que continúa, y que se hace desde la reconciliación…”, explica el Burro, quien durante las funciones vende refrescos y cerveza, y en los partidos de fútbol oficia de árbitro.
La apropiación que la comunidad hizo del espacio fue otra de las claves para incluir a todos los sectores en el proceso de reconciliación. Tras siete ediciones, Carolina Saldarriaga lo dice con claridad: “El teatro ya es un epicentro cultural que tiene toda esta zona, es la Casa Grande donde todos saben que pueden llegar. Suceden asambleas, matrimonios, es salón social, auditorio, además de teatro”.
Para lograr la reconciliación, primero hay que pensar en un espacio de juntanza. Para llegar hasta la construcción de un teatro, primero hay que soñar, y para eso hay que llegar a las comunidades. Y para llegar a las comunidades, primero hay que reconocer el territorio y entender las dinámicas que dejó el conflicto: el tejido social es tan complejo como a veces es invisible.
Agroecología para cerrar heridas… en la tierra
A una hora a pie del teatro Selva Adentro se encuentra una de las comunidades más cercanas al proceso: la zona humanitaria de Camelias. Luego de un suculento desayuno (enyucado, huevos y chocolate) que nos preparan Josefa, su hija Fabiola y Nidia, iniciamos a las 6 de la mañana el recorrido por la cuenca del río Curvaradó para conocer de primera mano las consecuencias de la guerra en relación a los monocultivos. Somos más de 100 entre estudiantes, artistas, investigadores, profesores, voluntarios y voluntarias de Selva Adentro.
Nos guían Yorledys Hernández Torres junto con Uriel Tuberquia, líderes de la comunidad de Camelias. Ni los aguaceros breves pero contundentes nos quitan la posibilidad de escuchar de primera mano a quienes trabajan la tierra para diversificar los cultivos más allá del plátano y la yuca.
“Hemos venido intercalando en el plátano árboles frutales.. Tenemos mango, papaya, aguacate pero faltan muchos más”, cuenta Yorledys sobre el proyecto agroecológico con el que ha estado trabajando los últimos años. “Por eso recolectamos semillas originales del territorio para montar la huerta y poder rescatar algunas de las cosas que ya no hay. El objetivo es demostrar que el suelo puede volver a su estado natural porque acá [producto de la guerra] ahora todo es químico…”
Entre plataneras vamos surcando caminos hasta llegar a la ‘Casa de la Memoria’ de Camelias. Allí, bajo las palabras ‘Paz, Libertad, Fe y Justicia’, Uriel Tuberquia reflexiona: “Lo que nos pasó a nosotros acá, también le pasó a los reincorporados…Somos todos de acá, somos todos colombianos: guerrilleros, paramilitares, soldados, policías. Solos no podemos… Y el Arte aparece como la manera de acompañar estos procesos y ayudarnos mutuamente, para eso son estos espacios”.
La mañana concluye con las conversas informales durante el refrigerio. En ese momento finaliza, solo formalmente, la ‘agenda’ diurna del festival. Como Selva Adentro es una apuesta que también cree en los procesos de las propias comunidades, las actividades no cesan allí: en cuanto Jhonny (8 años), lanza el balón a rodar por la cancha, unos 20 nos arremangamos las sudaderas, nos atamos los cordones y en 5 minutos ya tenemos dos equipos mixtos, con arqueros y un partido por delante: el de compartir juntos este espacio.
Nacida y criada en Camelias de una familia desplazada de otra región del Chocó, Emily Cárdenas (15 años) fue profeta en su tierra: anotó dos golazos y demostró en el césped la misma destreza que tiene para bailar. Aún agitada por el partido, reflexiona en las Escuelas de Arte y Paz sobre lo que para ella significa la experiencia del Festival: “Selva Adentro es una gran ayuda para distraerse y poder compartir, es abrirle a uno las puertas de poder despejar tu mente y mostrar tu talento con otras personas y no estar afligidos por el conflicto.”
Su primera experiencia, cuando tenía ocho años, aún la recuerda vívidamente: “Acá a nosotros siempre nos gustaba el baile y cuando llegó Selva Adentro nos invitaron y nos pusimos muy felices de poder presentarnos por primera vez en un teatro. Fuimos al teatro en la panga con mis amigas y presentamos ‘La vamo’ a tumbar’, ‘Bamboleo’ y ‘Mapalé’, ¡uy eso nos trajo mucha felicidad!”
Luego de los talleres, el regreso al ETCR se realiza en 10 viajes en panga, donde el Curvaradó nos regala un momento de pausa y reflexión con un sol que se filtra entre las nubes y se refleja en el agua: el río siempre es protagonista por aquí.
Al bajar de la panga, en una pausa mientras los demás compañeros y compañeras van regresando de Camelias, Laura Cifuentes, co-fundadora de la Red Cepela y una de las incansables tejedoras de comunidad durante todo el año, comenta: “Para nosotros ha sido un gran reto acompañar la reconciliación y la reincorporación comunitaria; siento que a veces lo romantizamos un poco, porque la reincorporación viene sucediendo todos los días: cuando se encuentran a jugar fútbol, cuando van y siembran juntos en una platanera; cuando un firmante le da trabajo a un campesino, o viceversa, para jornalear en el sembrado, así sucede. Entonces creo que nuestra tarea es pensar cómo lo acompañamos y no cómo lo entorpecemos.”
El futuro: los niños y el teatro
Ya pasaron las 7 de la noche, los reflectores del escenario son apenas tenues, estamos sentados aguardando la presentación del talentoso grupo Múcura (Chigorodó, Antioquia). Desde el otro lado del río se alcanza a ver una luz intermitente, como una linterna lejana: es Yorledys, junto a sus dos hijas y otros vecinos de Camelias. Están esperando que la panga las cruce a este lado del río y así poder disfrutar de las presentaciones artísticas, como lo hacen cada año.
Este ‘epicentro cultural’ es un imán… sino ¿cómo es posible que desde los rincones más lejanos vengan las comunidades y los artistas? En bus llegan alumnos y alumnas de la I.E. Santa María y del Guamo, comunidades aledañas al ETCR; más de 30 horas viajan desde el Caquetá los pelados y peladas de la Casa de Arte y Cultura Cristian Pérez; con las peripecias de la micro, luego de casi 10horas, llegan desde Medellín el Teatro Matacandelas -piedra basal del Festival-, estudiantes de la Universidad de Antioquia, el cubano Eduardo Moreno y Kipará Batucada, y desde el Carmen de Viboral, el Teatro Tespys; en avión desde Bogotá y luego largas horas por carretera desde Medellín llegan Jairo y el colectivo Cununafro; por aire y cruzando el Atlántico desde España llega el grupo Residui Teatro, y navegando el río Atrato desde Quibdó llegan de la Escuela Artística y Cultural Mojiganga.
Pese a los periplos para llegar al ETCR, ningún artista acusa cansancio. Antes, se les ve no solo animados sino ofreciéndonos la función de sus vidas. El auditorio se llena de niños y niñas, como cada noche, y qué nota verlos ahí, agazapados en sus sillitas, prácticamente queriendo subirse al escenario pues quedan hipnotizados con la energía que irradian Tania, Katherin y los parceros de Kipará con sus tamboras fluorescentes y sus movimientos rítmicos.
En el siguiente acto, todos y todas lloramos con la historia desgarradora de muerte y despojo que con magistral actuación interpretan Michel y Rivaldo, de la Corporación Múcura; después, cantamos y bailamos clásicos del Grupo Niche, en la voz del cubano Eduardo Moreno y, de remate como cada noche, espontáneamente hacemos la rueda de Bullerengue. La música, siempre, sana.
La edición 2023 del Festival Selva Adentro va llegando a su fin, y con ella, también lo hace la montaña rusa de emociones que deja: desde el primer canto del gallo hasta la última brisa que nos regala el Curvaradó. Desde ese mágico eclipse de sol hasta el último trago de viche. Desde las cancharinas de la mañana hasta el sancocho comunitario de despedida. Desde el perifoneo matutino para anunciar los talleres hasta el último paso prohibido de salsa en el teatro… Una juntanza que no conoce orígenes, etnias, religión ni color. Una apuesta colectiva que solo es posible gracias a la juntanza de muchas voluntades, todas hermanadas por la paz.
Esa Paz con mayúscula que no es el lugar común que escuchamos en boca de políticos y medios de comunicación, sino que ahora sentimos de lleno en el acto de cierre del Festival. Con el gesto reconciliatorio entre ‘el Pana’ -en nombre de los firmantes de paz- y las Musas de Pogue, todo el Teatro de Selva Adentro es ya un enorme abrazo colectivo al Curvaradó; y en este abrazo se envuelven lágrimas y sonrisas, miradas cómplices y guiños, la algarabía y la reflexión. La muerte y la vida.
Y ahora, ¿qué?
Sobrevolando todas esas emociones hay una más inquietante: el sinsabor por la incertidumbre del futuro. Es que la posibilidad del desalojo del ETCR en el Chocó hacia un nuevo sitio (sería cerca de Necoclí, Antioquia) es latente, dado que no hay un acuerdo entre el gobierno y la dueña del terreno para la compra de tierras, por lo que las más de 60 familias encabezadas por ex combatientes podrían salir en el corto plazo.
Y la pregunta que flota en el aire: ¿Qué será del teatro?, ¿Qué será del Festival Selva Adentro?… “Esta es una noche de sinsabores, no sabemos si será la última en este espacio… “, presagia Camilo en la ceremonia de cierre. “Muchas gracias por todo lo que nos traen, no quiero alargarme más porque mi corazón no sé dónde lo tengo”, dice Josefa, y las gargantas quedan espesas.
Las velitas se van apagando. Y apenas queda lugar para unas últimas reflexiones. “Ante la inminencia del desalojo, se rompen muchas cosas. Parece que constantemente nos estamos refundando en el despojo”, dice Carolina.
Con la mirada fija en el Curvaradó Laura ensaya una última explicación: “Es una gran tragedia porque después de siete años, ahora es que los firmantes tienen una sensación de arraigo a un territorio, y que siga siendo transitorio por la demora en los Acuerdos… Entonces, si el Estado no podía comprar un terreno en territorio colectivo, ¿por qué igualmente lo rentaron? De alguna manera, es jugar con la vida de un colectivo. Toda esta situación nos hace pensar en esa pregunta más amplia: ¿Qué colombiano puede acceder a la tierra?”